JO QUÉ NOCHE! (o la velada en que se me disolvieron los zapatos)
DEMASIADO PERRO.- SECCIÓN GLAMOUR.
Ante la avalancha de solicitudes (dos) que demandaban que esta ventana abierta a occidente incluyera una sección de glamour, saber estar y saraos, hemos puesto a trabajar a nuestras mejores mentes en el asunto. Pedimos disculpas porque este post se publica con retraso (los hechos referidos tuvieron lugar en septiembre) pero los testimonios gráficos se recibieron en esta redacción anoche.
Bueno amigas (y amigos, claro), ¿cuál es nuestra peor pesadilla cuando una asiste por ejemplo (como en el caso que nos ocupa) a la boda de la hija de la mejor amiga de tu suegra?
Pues muy fácil: que se te rompa el tacón, el peinado no aguante o una enorme carrera en la media tras refocilarse con un amigo del novio en el baño.
A mí me ocurrió.
Asistía a una boda al aire libre, veintitantos de septiembre, me vestí para la ocasión: pelo frito, largo a lo jesucristo, traje y camisa negra, zapato de ante, arreglao pero informal.
Parecía el guitarrista del Camarón.
El lugar, precioso, la ceremonia bajo unos añosos pinos iluminados con acierto en la noche del Mediterráneo (era en Alicante). El suelo rústico cubierto por una alfombra roja. La boda, emotiva.
El lugar, precioso, la ceremonia bajo unos añosos pinos iluminados con acierto en la noche del Mediterráneo (era en Alicante). El suelo rústico cubierto por una alfombra roja. La boda, emotiva.
Entonces, mi sobrina Marina, la criaturica,(los niños y los borrachos siempre dicen la verdad) me dice: "tío Jero, se te ha roto el zapato".
Yo miro donde me dice la nena y veo que la suela del zapato (inmensa, gruesa y de goma) se había desprendido un tanto por lo irregular del terreno.
Vaya! -pensé- qué contratiempo.
Procuré caminar a partir de ahí teniendo a alguien a mi lado izquierdo para que no se viera el fragmento de suela que amenazaba con desprenderse. Daba el cante.
Finaliza la ceremonia y salimos a un lugar abierto e iluminado donde se servía el coktail. Todo el mundo puesto de punta en blanco y compruebo que al pasar de nuevo por el irregular terreno se me habían desprendido más fragmentos, iba dejando un llamativo de caucho tras de mí. Parecía una suerte de Pulgarcito de la era industrial.
Yo miro donde me dice la nena y veo que la suela del zapato (inmensa, gruesa y de goma) se había desprendido un tanto por lo irregular del terreno.
Vaya! -pensé- qué contratiempo.
Procuré caminar a partir de ahí teniendo a alguien a mi lado izquierdo para que no se viera el fragmento de suela que amenazaba con desprenderse. Daba el cante.
Finaliza la ceremonia y salimos a un lugar abierto e iluminado donde se servía el coktail. Todo el mundo puesto de punta en blanco y compruebo que al pasar de nuevo por el irregular terreno se me habían desprendido más fragmentos, iba dejando un llamativo de caucho tras de mí. Parecía una suerte de Pulgarcito de la era industrial.
Me hice fuerte rodeado de familiares y desde mi refugio asaltaba a las camareras capturando algún que otro canapé, e incluso una cerveza sin alcohol. Poco a poco comprendí que el proceso era, degenerativo, y comenzaba a tener problemas para mantener el equilibrio. Me faltaba media suela y se me doblaba el pie.
Entonces la pesadilla se fue complicando: por culpa de la mierda de cervezas sin alcohol que había podido ingerir (no las quería nadie y yo era el miembro más débil de la manada, tenía que conformarme) ME ESTABA MEANDO!.
Pedí ayuda a mi santa esposa, me daba vergüenza salir del corro que (como los bisontes que se defiende de los lobos) se había formado entorno a mí. Apoyado en mi media naranja fui caminado hasta el baño reparando en las miradas y comentarios de otros elegantes invitados que decían claramente: "mira al melenas de los pendientes, en el coktail y ya va borracho"
Llegué al baño y pude aliviarme. Cuando salí de allí era un hombre nuevo, pero entonces la cosa empeoró: EL OTRO ZAPATO EMPEZABA TAMBIÉN A DISOLVERSE!
La gente comenzaba a mirarme, ya no me preocupaba que pensaran que iba ciego, sino que parecía un pobre indigente con unos zapatos tomados de un contenedor. (Aunque mi familia me lo niega, sé que algunos invitados me pusieron mote: El Trapero de Emaus)
Me senté en una escalera, sólo y rechazado socialmente, dejando un oscuro rastro tras de mí, hasta que al final llegó la cena.
Llegué como pude apoyándome en dos de mis cuñados, mi suegra creía que estaba en coma etílico e incluso se avisó a una ambulancia que, diligentemente, llegó a los 45 minutos (hijoputas).
Entonces, me sentí seguro, sentado, amparado bajo el faldón de la mesa nadie me veía.
Cené quitando importancia al asunto pero cuando llegó el momento de levantarme y levantar el mantel, aquello tomó su verdadera dimensión: ALLÍ HABÍA, CAUCHO Y FRENAZOS COMO SI SE HUBIERA PRODUCIDO UN ACCIDENTE.
Vino la Policía Local de Alicante a hacer un atestado, ésta es la foto:
Al fin, acabó la cena, y fuimos a una carpa donde había música y copas: allí desaté mi talento natural para el baile. Imaginad. Las dos suelas estaba medio disueltas por lo que los pies se me doblaban hacia adentro. Firmé varios autógrafos mientras bailaba pues se corrió la voz de que era el hermano golfo de Forrest Gump. Horroroso.
Y diréis queridas amigas: ¿cuál es la moraleja, el consejo?
Os diría que un evento de estas característica hay que llevar zapatos, medias y bragas de repuesto, pero en mi caso, con estos zapatos que parecen barcas la única opción si te ocurre algo así es : emborracharse.
Hala, hasta la próxima entrega!.
Comentarios
Sólo hay una cosa peor que no controlar el alcohol: controlarlo y que los demás no lo sepan, jeje.
Recuerdos de parte de tu zapatero!
Hoy tengo un montón de amigos a comer... voy a ver si lo imprimo y lo leo (intentaré aguantar la risa). Momento "risotadas" asegurado (nunca lo leeré antes de la quinta cerveza, prometido)
xD
Me alegras la mañana que la llevo un poco rutinaria :P
Lo peor de los niños es que cuando te dicen esas cosas no lo hacen susurrando, sino que chillan con esa voz aguda y gritona, enterandose medio salón.
Besotes, Jero!!!
PS: supongo que sabes que hay más que argumento para un cuento, ¿verdad?
Sobre todo me ha hecho una gracia espantosa porque me he acordado del ridículo que hice en la boda de una compañera de trabajo hace un par de años.
Se casa. Imagínate. De punta en blanco (yo con un traje que ni un figurín y era tanto más llamativo por cuanto yo me niego a ponerme traje y corbata para la vida diaria).
Todo bien. Normal. Hasta que empieza el baile. Algún pedazo de cabrón se pone a bailar con el cubata (cosa que nunca se hace en una boda, coño). Y entonces voy yo, tan chulo y tan listillo, pegándome el bailón del siglo... Resbalo... Y me calzo una hostia tan vergonzosa que me senté y ya no volví a levantarme en toda la noche.
Dos metros de tío, ciento cinco kilos en canal, aplastando a dos viejas y una niña pequeña.
Tío, Jero. Te comprendo. Ahora me río, pero aquel día no encontraba agujero en el que esconderme. Todavía hoy algún compañero cabroncete me lo sigue recordando de vez en cuando.
Julia