BRUNO
Un relato de Jerónimo Tristante
Pascual Ventura dejó a los niños en el colegio de los Padres Capuchinos de la Plaza Circular y se encaminó hacia la parada del tranvía que debía llevarle hasta el campus.
Era jueves y tenía tiempo por delante. Podía haraganear hasta su única clase, a la una, leer artículos, repasar sus notas o tomar café en la cantina de la Facultad de Psicología cotilleando con los compañeros. Era, sin duda, el mejor día de la semana, había amanecido despejado y la llegada de primavera era inminente. Se sintió bien. Optimista.
Además, a las diez tenía una cita.
En el hotel Campanile.
Miró el reloj y vio venir el tranvía. Las nueve y veinte. Llegaba de sobra. Bajaría en la mitad del trayecto a la Facultad y lo haría con cierta discreción. Como todos los jueves. Tras saludar al conserje subiría a la habitación de siempre donde lo esperaría Lola.
Lola.
Sólo de pensarlo experimentó una tremenda erección.
Aquella chica le excitaba, de veras, y cuando salía del hotel todos los jueves, a eso de las doce o doce y media, sólo deseaba una cosa: que la semana pasara rápido para volver a encontrarse con ella. No es que estuviera enamorado, a su edad esas cosas no ocurren, pero sentía una suerte de atracción inevitable, casi obsesiva, que le llevaba a desear retozar con aquella hembra más que nada en este mundo.
Quizá era porque ella tenía veinte añitos, por su melena de leona, sus turgentes pechos o su prieto trasero. Quizá porque era una alumna y aquello suponía un riesgo. Quizá porque el novio de la mina era un pardillo que estudiaba para aviador en la Academia General del Aire de san Javier. Quizá porque si Cuca se enteraba lo perdería todo.
Sí, sin duda el riesgo lo hacía más interesante. Jugárselo todo por un par de polvos. “¡Así era él, qué coño!”, pensó para sí subiendo al tren que, silencioso y moderno, olía a nuevo.
Por el camino meditó sobre el asunto.
El riesgo, sí.
El riesgo le excitaba.
Había crecido en una familia humilde: su padre era sepulturero y su madre limpiaba escaleras. En casa nunca hubo para dispendios, ni veraneos, ni excesos. Estudió con becas y trabajaba siempre en verano. Su matrimonio con una joven rubia, atractiva y de buena familia le había abierto muchas puertas en una ciudad como aquella. Su viejos estaban muy orgullosos de él.
¡Profesor en la Universidad!
Había publicado un artículo sobre parafilias en The American Psychologist y le llovían las ofertas de empresas privadas para que dejara la Facultad cubriéndole de dinero. Literalmente.
Sí, había llegado lejos. Muy lejos. Y nadie le había regalado nada. Pensó en Lola y se lamentó porque aquel tren no avanzara más rápido. No era que Cuca no le excitara. Ella se conservaba muy bien, siempre perfecta, era la envidia de todas sus amigas. Ahora que los niños eran más mayores tenía tiempo para cuidarse y había logrado borrar de su cuerpo los estragos de la maternidad. Aerobic, spinning, sesiones de masaje y peluquería la mantenían joven, delgada y atractiva , como si tuviera un pacto con el diablo. Además, se había operado las tetas. Dos millones de las antiguas pesetas. Su compañeros de pádel decían que su mujer “estaba cañón” y él se jactaba entre risotadas diciendo que era porque la tenía bien atendida.
No. No era eso.
Además, Lola no era la primera. Le excitaban las alumnas. Él hacía deporte, se cuidaba y a diferencia de la mayoría de sus amigos conservaba aún todo el pelo, blanco, como la nieve, pero abundante y algo descuidado. “Una semi melena casual” como decía su estilista. Un canoso interesante. Las volvía locas.
Pensó en la joven que le esperaba. En Junio le pondría sobresaliente como había hecho con las otras. Para evitar complicaciones.
*****
Eran aproximadamente las dos cuando Pascual Ventura llegó al comedor universitario donde le esperaba Paco Cano que levantó las cejas al verle llegar. Pasaron por el autoservicio para servirse: macarrones de primero y filete empanado de segundo, postre agua y café. Comieron hablando de los nuevos planes de estudio que, catastróficos, amenazaban ya en el horizonte.
-Por cierto, Pascual. Tienes que darme el teléfono del tipo aquel que te puso el parquet. Te hizo un trabajo cojonudo y según dice Cuca, barato.- dijo Paco que era lo más parecido a un amigo en la vida de Pascual Ventura.
Éste, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta beige de pana y dijo:
-Vaya. Me he debido dejar el móvil en el despacho. Cuando vuelva te doy un toque a tu despacho.
-No, no.- contestó el otro- Ahora mismo me bajo hacia Murcia, tengo cita con el dentista. ¿Tú te quedas?
-Sí, tengo trabajo, he de entregar un artículo sobre la Pigofilia.
-No te sigo, sabes que soy de Literatura.
-Atracción por el contacto con las nalgas.
-Joder, eso nos pasa a todos.- contestó Paco levantándose para marcharse.
-No, no, de manera enfermiza, una obsesión, ya sabes, en cines, las colas del supermercado....
-Ya, esos tipos de gabardina gris.
-Algo así.
-Acuérdate de lo del teléfono del tipo ése, mándame un mensaje al móvil.
-Descuida.
*****
Pascual Ventura comenzó a ponerse nervioso cuando comprobó que el teléfono móvil no estaba ni en la cartera ni en su mesa del despacho. Escarbó en los cajones, vació la papelera y se miró y remiró en los bolsillos. Puso del revés su costoso tres cuartos de piel y no halló nada.
¿Se lo habría dejado en el hotel?
No.
Lola lo llevaría en el bolso. Había salido apresuradamente del hotel a la vez que con la mano barría todo lo que había dejado sobre la mesita de entrada a la habitación para que cayera en su enorme bolso.
Sí, Pascual Ventura, lo recordaba.
Y él había dejado el móvil sobre la mesita. Sí, estaba seguro. ¿O no?
Tenía que llamarla.
Un momento: ¿y si ella se encontraba con su novio y el teléfono sonaba?
La descubriría. Sí. Pensó en el escándalo.
Alto, alto. Aquel imbécil estaba jugando a soldaditos en la Academia. No saldría hasta el fin de semana. Ella vivía en un piso en Murcia. No tenían por qué verse.
-Tranquilo, Pascual, tranquilo.- se dijo para calmarse.
Buscó en su agenda y encontró al instante el número de teléfono de la chica. Lo marcó algo apresuradamente y debió equivocarse pues contestó una voz de mujer que decía con voz monótona y monocorde:
-Seguros La Inconclusa.
Colgó al instante.
Volvió a marcar y esperó.
Uno, dos, tres tonos.
-Mierda.- dijo.
Una grabación decía que aquel aparato “estaba apagado o fuera de cobertura”.
¿Y si se había dejado el teléfono en el hotel?
Sopesó la posibilidad.
Sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Llamarían a casa, sí.
Podía imaginarlo:
-Perdonen, ¿don Pascual Ventura?
-No está en este momento. Soy su mujer, diga, diga...
-Le llamo del hotel Campanile. Esta mañana su marido se ha dejado el móvil en la habitación.-
-¿Qué habitación? ¿Ha dicho” esta mañana”?
Todo a la mierda.
-¿Qué hacías tú en el hotel Campanile a esas horas?.- le diría Cuca nada más verle.
Estaba perdido. Su hermano era abogado y de los buenos.
Su suegro era el Decano de la Facultad de Psicología.
No le resultó difícil imaginar el futuro: estaba en la calle, sin trabajo, sin casa, tenía dos hipotecas y un nivel de vida que mantener. Adiós influencias, las cenas con gente bien, su posible entrada en política..... todo volaría de un plumazo.
Tenía tres hijos, un ático inmenso en la Plaza Circular, un Mercedes y un perro, Bruno. Quizá el único que le quería de verdad. Descolgó el teléfono y marco el número que sabía de memoria.
-¿Hotel Campanile?.- dijo.
-Sí, recepción.- contesto una voz de hombre desde el otro lado de la línea telefónica.
-Soy Pascual Ventura, un cliente que....
-¡Hombre Don Pascual!. Diga, diga.-
Aquel capullo le conocía.
Joder.
Tomó nota en que debía cambiar de hotel.
-Mire- se escuchó decir a sí mismo- esta mañana creo que he olvidado mi móvil en la habitación.
-La tres seis cuatro.- repuso el recepcionista.
Definitivamente tenía que cambiar de hotel.
-Sí, ésa.- dijo.
-Ya. Pues espere un momento, si es tan amable, que hablo con la camarera que hace las habitaciones.
La línea telefónica dio paso a una melodía enlatada: La Primavera de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Pasó un buen rato en el que Pascual Ventura se empleó a fondo para repasar sus zapatos de ante con un pañuelo de papel. Cuando el recepcionista volvió al habla habían quedado bastante bien.
-¿Don Pascual?
-Sí, dígame.
-Mire, la chica ya ha terminado su turno y se ha marchado pero cuando encuentran algo lo traen de inmediato a recepción; así que es de suponer que no ha encontrado nada.
-Ya. ¿Seguro?
-Seguro. Es el procedimiento habitual.
-Pues nada, muy agradecido...
-Blas, me llamo Blas.
-Pues muchas gracias, Blas.
-Hasta el jueves que viene señor Ventura.
-Que te crees tú eso.- dijo Pascual nada más colgar.
Estaba claro, Lola se había llevado el móvil sin darse cuenta.
Bajó a secretaría y pidió el horario del grupo de tercero en que se hallaba inscrita la chica. Había que ganar tiempo y a las seis acababan las clases. Eran las cinco menos cinco. La abordaría entre dos sesiones lectivas y le pediría el aparato. Llegó al aula dos seis nueve y aguardó apoyado en la pared. Escuchaba de fondo la voz de Lavinia Lafuente, una compañera algo histérica a la que se había cepillado un par de veces años ha. Ahora se decía que era lesbiana. La puerta se abrió y los alumnos comenzaron a salir en tropel. Todos parecían tener prisa por ir a tal o cuál aula o porque no se les escapara el autobús.
Pascual Ventura miró enrededor y no la vio. ¡No estaba!
Entonces identificó a una amiga de Lola, una joven de aspecto neo hippie que lo miró sonriendo con malicia a la vez que decía:
-Busca a Lola, ¿no?
Le pareció evidente que estaba al tanto de su “asuntillo”.
Primero el tipo del hotel y ahora la amiga de Lola, aquello era “vox populi”. Comenzó a sopesar la posibilidad de que podía estar jugando con fuego.
-Sí.- dijo él.-¿No ha venido a clase?
-No, esta tarde se iba a San Javier, a ver a su novio.
Maldición.
Musitó una disculpa y se fue corriendo al despacho.
San Javier. El novio.
Joder.
Un momento. No había caído en la cuenta. Era idiota. ¿Por qué no llamaba a su propio móvil? La persona que lo tenía lo cogería y podría recuperarlo.
No.
¿Y si lo tenía ella? ¿Y si le sonaba en el bolso y estaba con ése petimetre de novio suyo?
Volvió a marcar el número de la chica.
“Apagado o fuera de cobertura...”
-¡Puta! - gritó a la grabación fuera de sí.
Un momento. Un momento. Tenía que tranquilizarse. No pasaba nada.
Llamó a Paco.
-¿Sí?.- contestó éste.
-Paco, ¿te pillo bien?
-Ah, sí, el número del tipo ése. Espera que tomo nota. Es que estoy conduciendo.
-No, no. No he encontrado el móvil. ¿Te has fijado en si lo llevaba a mediodía, cuando he llegado al comedor?
Silencio.
-¿Paco?
-Sí, sí, coño. Estaba pensando.
-¿Y?
-No.
-¿Que no lo llevaba o que no te has fijado?
-Las dos cosas.
-Joder, no eres de mucha ayuda.
-Yo creo que no lo llevabas. No he visto que se te cayera nada y te has dado cuenta de que no lo tenías al acabar la comida.
-Sí, claro.
-¿Pascual?
-Sí, dime.
-Te veo nervioso.
-Es que no lo encuentro...
-¿Y qué mas da? Te compras otro y punto. Ahora la compañía telefónica te guarda la agenda con tus contactos, ya no es un drama perder un móvil. ¿ Qué problema hay? Además, así podrás cambiar de aparato y comprarte uno nuevo, ya sabes, con GPS y todas esas paridas que tanto gustan a la gente. No es para tanto.
-Sí, lo es.
-¿Por qué?
Cuidado.
Pascual Ventura reparó en que podía estar metiendo la pata al mostrarse tan preocupado por un simple teléfono móvil.
Rápido, una excusa. Pensó. Necesitaba una excusa. Sí, ya está:
-Mira Paco es que en el último mes Cuca ha perdido tres teléfonos y no te imaginas la bronca que le di.
-Sí, sí.- contestó Paco riendo- El otro día me la encontré en Santo Domingo y me lo dijo. Qué cabeza tiene.
-Convendrás que no es normal.
-¿Perder tres teléfonos en un mes? Pues no, la verdad es que no es normal.
-Y claro, después de habérselo afeado tanto, como pierda el mío.....
-Las mujeres, Pascual, las mujeres. Toma ejemplo de mí. Yo ya no tengo problema.
-Sí, es cierto.
-Oye, te dejo, que entro en un túnel....
Se escucharon unos ruidos de fondo, como si estuvieran estrujando el aparato con una mezcla de nieve y piedras y la llamada se cortó.
-Puto imbécil.- dijo Pascual Ventura- “Toma ejemplo de mí, toma ejemplo de mí...”. ¡Gilipollas!
Paco era un pusilánime. Pascual se había estado beneficiando a su ex mujer durante años y ni lo había sospechado. No era gran cosa pero follaba como una leona. Una fuera de serie en la cama. Demasiada hembra para un pobre panoli como él. Ahora estaba liada con un tipo diez años menor que ella tras pasar por una época algo azarosa de salidas nocturnas y experiencias con barbitúricos. No se había tomado demasiado bien que Pascual la dejara y es que, tras el divorcio, había dejado de interesarle. Así, de buenas a primeras.
Pensó que estaba rodeado de idiotas.
Entonces bajó al comedor. Cerrado. Pidió las llaves al conserje y tras encender las luces lo inspeccionó a fondo. Habló con todos los bedeles. “No, nadie había llevado un móvil extraviado a conserjería”. Mierda.
Volvió al despacho. Las seis. Comenzaba a oscurecer. Apenas faltaba un par de horas para que Cuca cerrara su tienda de antigüedades y volviera a casa.
Marcó el número de Lola.
Había línea. Al fin.
-¿Sí?.- contestó ella con un voz algo extraña.
-¿Estás con él?.- dijo Pascual Ventura bajando mucho la voz.
Silencio.
Se oía un ruido de fondo, raro, algo sordo. ¿Jadeos?
-No es buen momento para hablar.
-Lola. Mi móvil. Está en tu bolso.
-¿Cómo?
-Sí, mi móvil. Te lo has llevado sin darte cuenta. Si suena te va a descubrir.
Un nuevo silencio.
Pascual Ventura escuchó una voz al fondo, de hombre, joven, que decía algo así como “¿A dónde vas zorrita?”.
Ruidos. Pasos.
-No Laura, no te has dejado tu PDA en mi bolso.- dijo la chica disimulando.
-¡Alabado sea Dios!
-Y hora, Adiós. Estoy ocupada.
-Estás haciéndolo con él, ¿verdad?
-No es el momento. Adiós.
-¿Te parece bien?
Lola había colgado.
-Zorra.- dijo Pascual Ventura.
Un momento. Debía estar contento. Ella no tenía el móvil. Era una buena noticia.
¿Se le habría caído en el tren? Imposible, siempre lo llevaba en un compartimento interior del abrigo especialmente diseñado para contener un teléfono móvil, que cerraba con una tirilla de velcro. Era imposible que se le hubiera caído pero... no recordaba haberlo sacado al llegar a la habitación del hotel.
En el comedor no estaba. En el despacho, tampoco.
Se lo había dejado en el hotel. Sí.
Era la única posibilidad.
Tomó las llaves del coche y salió del despacho a la carrera.
No tardó ni cinco minutos en llegar. Había otro recepcionista: un joven imberbe con pelo teñido de azul oscuro, un moderno.
-Buenas.
-Buenas Don Pascual.- dijo el joven.
Él maldijo para sus adentros. ¡Aquél idiota también le conocía!
Volvió a explicarle todo el asunto.
-¿Podría darme el teléfono de su compañera? La que hizo la habitación.
El joven ladeó la cabeza.
-Eso es privado.
Pascual Ventura comenzaba a desesperarse. Sacó un billete de cincuenta y lo enseñó con disimulo.
-Un momento.- contestó aquel chantajista pos adolescente para añadir- seis seis ocho nueve cinco dos tres siete cuatro.
Pascual marcó el número:
-”... apagado o fuera de cobertura...”
-¡Joder!.- gritó haciendo que dos clientes que charlaban al fondo se giraran para mirarle como reprobando su mala educación.
-Señor, cálmese.- dijo el recepcionista.
-Su dirección.
-No puedo.
Sacó cien euros. La cosa iba a salirle cara pero el tiempo corría y quería zanjar aquel asunto. El joven leyó una ficha que apareció en la pantalla del ordenador:
-Doris Daisy Rodríguez, calle Morera ocho, primero izquierda.
-¿Es sudamericana?
-Sí, de Ecuador. Muy buena chica y muy seria. El novio trabajó aquí y lo echaron por no se qué asunto, un mal tipo, pero ella es muy responsable y nunca ha dado problemas.
-¿Cómo se llamaba el novio?
-Robinson Fernández.
Pascual Ventura salió de allí a toda prisa, entró en su Mercedes y se sentó mirando fijamente al volante para reflexionar.
Estaba seguro. Lo tenía ella. “Un mal tipo”, había dicho el recepcionista.
Quizá no había perdido el móvil y se lo habían robado. Sí, eso era. Por eso no recordaba haberlo sacado del abrigo, porque no lo había hecho. Lo había dejado en la silla que había frente a la mesita de la entrada. Ella era camarera. Podía entrar y salir de la habitación cuando quisiera. Quizá lo había hecho mientras que él y Lola hacían el amor. Ni se habrían enterado. Ventura había comprobado que, desgraciadamente, todo el mundo le conocía en el hotel, quizá aquella joven quería hacerle chantaje o quizá se trataba de un simple robo, algo casual. No debía perder los nervios.
Entonces bajó del coche de pronto y guiado por un impulso se encaminó hacia un teléfono público situado en la acera de enfrente. No tardó en llegar y marcó un número.
-Comisaría.
-Póngame con Juan Huete. Dígale que soy Pascual Ventura.
-Un momento.
Tras unos segundos de espera se escuchó al otro lado una voz muy gastada que decía.
-”Ventu”, ¿cómo estás?
-Bien, bien, ¿y vosotros?
-Muy bien. Cuca y los críos bien, ¿no?
-Sí, claro. Oye comisario, necesito un favor.
-Dime “Ventu”.
-¿Puedes mirarme si un tipo tiene antecedentes?
-Sí, claro.
-Robinson Fernández, se llama.
-Sudamericano.
-Ecuatoriano.
-¿No tienes más datos? No sé, el numero del permiso de residencia...
-No.
-Bueno, pues lo intentaré. En cinco minutos te llamo.
-No, no. He perdido el móvil y estoy en una cabina. Te llamo yo.
-Como quieras.
Colgó.
Entonces marcó el número de Doris Daysi, la camarera.
-¿Diga?.- respondió una voz de hombre.
-Quiero hablar con Doris.
-¿De parte de quién?
-Un cliente.
-¿Cómo dice?
-Un cliente, un cliente del hotel.
-No está.- cortante.
-Ya.
Silencio
-¿Oiga?.- dijo Pascual Ventura.
-Sí, al habla.
-¿Cuando volverá?
-No lo sé.
El hombre no parecía muy comunicativo, seguro que era Robinson Fernández.
-Me he olvidado algo en la habitación del hotel y....
-Quiere recuperarlo.
-Exacto.
-No está.
Aquel tipo comenzaba a exasperarle.
-Llame luego.- dijo Robinson antes de colgar.
Pascual Ventura suspiró mirando al suelo. Comenzaba a perder la paciencia. Marcó el número de comisaría y al momento le pasaron con Juan Huete, el comisario.
-Ya lo tengo, “Ventu”. Robinson Fernández Guaillas, ecuatoriano, tiene antecedentes por pequeños hurtos y extorsión. Un vulgar chantajista. Oye..... “Ventu”....¿estás ahí?.
La palabra “extorsión” quedó flotando en el aire, como si en su cerebro hubiera aparecido un espacio vacío que provocaba un eco molesto, desagradable, que hacía aquel maldito sonido resonara una y otra vez sin decidirse a desaparecer.
-Sí, sí.- Pascual sentía que se le helaba la sangre.
-¿Qué coño tienes tú que ver con un fulano como éste?
Ventura hizo una pausa:
-Es que busco criada y quiero saber que el novio es de confianza.
-Haces bien, “Ventu”. Ya sabes que éste, al menos, no.
-Gracias Juan, a ver cuándo cenamos juntos.
-Cuando quieras, campeón, adiós.
Pascual Ventura quedó con las manos en jarras mirando al infinito. “Antecedentes por extorsión”. Había caído en manos de unos chantajistas. Ni en la peor de sus pesadillas.
Iba de cabeza a la debacle. El divorcio, su suegro le haría perder el trabajo, su cuñado le desplumaría, lo perdería todo... no, no, un momento. Iba demasiado lejos.
Volvió a marcar el teléfono de Doris.
-Al habla.
-¿Robinson?
-¿Cómo sabe usted mi nombre?
-Eso no importa. Sé lo que pretenden.
-No sé de que me hablas, güey.
-¿Es cuestión de dinero?
El otro quedó en silencio.
-¿Es que tienes dinero, amigo?- dijo Robinson cambiando el tono de voz. De pronto parecía haberse interesado por aquella conversación.
-De sobras sabes que sí.
Hubo una pausa.
-Hombre.- dijo el novio de la camarera- El dinero siempre viene bien....
-¿Cuánto?
-¿Cuanto tienes?
-¿Mil euros?
Desde el otro lado de la línea se escuchó un silbido de admiración.
-Mejor dos mil.- apunto Robinson.
Pascual Ventura reparó en que tendría que ir a varios cajeros automáticos para reunir una suma así a aquellas horas. Ya pensaría cómo explicárselo a Cuca. Era muy bueno mintiendo.
-Sé cuando he perdido una partida.- dijo- Necesito algo de tiempo para tener el dinero reunido. En una hora estoy allí.
-Pero...¿cómo sabe dónde vivo...? - comenzó a decir el novio de Doris justo cuando Ventura colgaba.
*****
Cuando Robinson Fernández abrió la puerta de su modesto piso de alquiler en la calle Morera, se encontró con un tipo de buen aspecto, vestido impecablemente y que le tendía un fajo de billetes.
-Ahí está todo.-dijo Ventura a modo de presentación entrando sin que le se le invitara.
Mientras que el sorprendido inquilino contaba el dinero Pascual Ventura tomó asiento en el viejo sofá de skay diciendo:
-Y ahora, lo mío.
-¿Quién es, cariño?.- dijo Doris Daysi saliendo de la cocina con un plato con tortas de maíz en la mano.
-No lo sé.- dijo Robinson que miró al desconocido añadiendo:
-¡Aquí hay dos mil euros!
-Lo acordado.- dijo Pascual Ventura.
-Me prometiste que no te meterías en más líos.- dijo ella, una joven guapa, morena y de inmensos ojos almendrados.
-Y no lo he hecho.- protestó Robinsón- este tipo llamó ofreciendo dinero a cambio de no se qué.
-No os hagáis los tontos conmigo. ¡El móvil!
La joven miró al desconocido y quedó pensativa pos unos segundos. Entonces ató cabos y a la vez que señalaba a Pascual con el índice, dijo:
-Ya lo sé, usted es cliente del hotel...
-No te hagas la tonta conmigo, zorra.
-Oiga, un respeto a mi esposa.- dijo Robinson que era algo más bajito y menos corpulento que Ventura.
-Dadme el móvil y asunto cerrado. Tengo prisa.
-¿Qué móvil?.- repuso ella.
Pascual Ventura los miró con los ojos entornados. Primero a ella, luego a él.
-Ahora entiendo, queréis más.
-Mire.- dijo Robinson, conciliador- Tome su dinero y márchese, por favor.
- ¿Queréis más? Eres un puto chantajista.
-No, no, eso fue un error, un malentendido, ahora trabajo como mecánico, vamos a tener un hijo....
Entonces Pascual Ventura se arrojó sobre Doris Daisy y comenzó a zarandearla:
-¡Sólo quiero mi móvil, puta, mi móvil! ¿Os envía mi mujer? ¿Me ha puesto un detective?-
Robinson intentó apartar a aquel energúmeno pero estaba fuera de sí y era más grande que él, de manera que de un manotazo lo envió al otro extremo del pequeño salón donde se golpeó contra un añoso armario de formica. El menudo joven se levantó como pudo, sangrando profusamente de una ceja y se perdió por el pasillo tambaleándose.
-¡Quiero el móvil, puta!- gritó Ventura abofeteando a la joven que cayó sobre el sofá. Entonces se escuchó un click muy característico y Pascual Ventura se giró para encontrarse con que Robinson acababa de amartillar un arma.
-Fuera de aquí.- dijo el joven ecuatoriano apuntándole con cara de pocos amigos. Parecía actuar empujado por una gran determinación, la fuerza que siente uno cuando defiende su casa o a sus seres queridos.
A Doris Daisy le sangraba el labio.
Pascual Ventura levantó ligeramente las manos, parecía entrar en razón:
-Sólo quiero mi móvil.- dijo bajando el tono de voz a la vez que adoptaba ademanes más razonables- He pagado.
En aquel momento Doris Daisy buscó la mirada de Robinson y le dijo:
-¿De qué habla?
El ecuatoriano miró a su esposa y dijo:
-No lo sé.
Ya era tarde, Pascual Ventura se había lanzado sobre él como una fiera haciéndole caer de espaldas al suelo a la vez que se disparaba el arma. La lámpara voló hecha añicos y Doris Daisy salió corriendo hacia la escalera a la que vez que gritaba:
-¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Policía!
Pascual Ventura, totalmente fuera de sí y sentado a horcajadas sobre su víctima, golpeaba furibundo a Robinson en la cara una y otra vez mientras que gritaba:
-¡Mi-mó-vil! ¡Da-me-mi-móvil!
El pobre inmigrante debió quedar sin sentido, por lo que Ventura cesó de golpear. No se movía. Entonces se dio cuenta de que la chica se había escapado. Tomó la pistola del suelo y apuntó a la cabeza de Robinson que tenía un ojo tumefacto y sangraba de varias heridas en la cara. Parecía haber recobrado el conocimiento porque le miraba asustado con el ojo sano.
-Tú, media mierda- dijo Pascual apuntándole a la cabeza- Dame el móvil o te vuelo los sesos aquí mismo.
-Espere, espere. Le diré la verdad, pero... prométame que no me va a hacer daño. Sólo quiero colaborar.
-De acuerdo.
Robinson temblaba de miedo. Miró a uno y otro lado y se lo pensó antes de hablar:
-No me pegue más se lo ruego, pero la única y purita verdad es que no sé de que me está hablando. ¡Espere, espere!... usted llamó y me dijo que “si lo tenía”, yo no sabía bien de qué hablaba pero enseguida dijo que era un cliente del hotel, preguntó por Doris Daisy y dijo tener mucho dinero....
-¿Y? Quiero mi móvil.
-....yo pensé - dijo Robinson entre sollozos- que usted.... a veces algunos clientes se encaprichan con ella y necesitamos dinero... Ella tuvo dos hijitos de joven y están en Ecuador con su abuela, mi madre está enferma y nos viene muy bien la plata ... pensé que usted quería... sólo lo ha hecho dos o tres veces pero el dinero nos vino fantástico .....luego no hablamos del tema y es como si no hubiera ocurrido. Yo... pensé que usted...
-Pero, ¿de qué mierda me estás hablando, enano hijo puta?- dijo Ventura apuntándole con el arma- En pie. ¡En pie, hostias!
Robinson se levantó como pudo, apoyándose en el sofá a duras penas mientras que Pascual Ventura le apuntaba en la sien.
-¡El móvil!
-No lo tengo.
-Tres, dos.... uno ....
-¡No lo tengo...!.- gritó Robinson cayendo de rodillas entre sollozos.
En aquel momento Pascual Ventura lo comprendió todo. Vio caer el líquido por la pernera del pantalón de su víctima y percibió un intenso olor a mierda. Aquel hombre se había cagado encima porque pensaba que iba a morir y, sin embargo, no había cantado.
Era evidente que no tenía el móvil. Se dio cuenta de lo que había ocurrido, todo era un malentendido. En unas décimas de segundo recordó su conversación telefónica con el ecuatoriano; era cierto, el otro no sabía de qué le hablaba. Había cometido un gran error.
Fue entonces cuando creyó oír unos gritos porque la adrenalina hacía que su corazón latiera tan fuerte que apenas dejaba escuchar una suerte de murmullo subacuático.-
-¡Poooolicía!
Pascual Ventura se dio la vuelta comprendiendo que la había cagado. Frente a él había un tipo de rodillas a punto de ser ejecutado, él tenía un arma en la mano y se giraba con rapidez. Ya era tarde. Antes de ver a los dos agentes de policía apuntándole con sus armas comprobó que no era cierto aquello que dice la gente. No. Antes de morir no ves una película a cámara lenta con la historia de tu vida. En absoluto.
Pascual Ventura tuvo una imagen del único ser viviente que de verdad le quería por ser como era, sin artificios y sin esperar nada a cambio.
Vio a su perro, Bruno, moviendo la cola de alegría como cuando le recibía todos los días al llegar de la Facultad. Era un perro indómito, que mordía a todo el mundo y que adoraba a su dueño, la única persona de la que aceptaba órdenes. Fue una imagen mental instantánea, un recuerdo de aquello que le era más querido antes de despedirse de este mundo porque, al instante, su cabeza voló hecha añicos dejándolo todo perdido de una mezcla de pelos, fragmentos de cráneo, sangre y coágulos.
*****
Paco Cano miraba la enorme chimenea del ático de Pascual Ventura abrazado a Cuca. Ambos miraban el fuego, absortos en el hipnótico baile de la llamas mientras que Bruno, el setter color canela, dormitaba plácidamente junto al hogar.
-Duermen como troncos.- dijo ella.
-Sí, les he contado un cuento.- repuso él.
-Eres como un tío para ellos, te adoran.
-Sabes que yo también los quiero mucho.- respondió Paco Cano.
-Eres un sol, Paco.
Entonces, tras dejar que se hiciera un silencio, él apuntó:
-Cuca, esta mañana hemos enterrado al mejor amigo que he tenido, un gran padre, un excelente profesor y un maravilloso marido. Creo que debemos ayudarnos mutuamente para llenar el hueco que Pascual deja en nosotros.
-Sí, claro.- dijo ella meditabunda. Los ojos aún enrojecidos de tanto llorar.
-Aunque él, siempre seguirá vivo en nosotros y en los niños.- sentenció él con aire muy afectado.
Entonces Cuca se apretó contra su pecho y Paco Cano notó sus tersos y enormes senos. Se sintió excitado. Con un poco de paciencia acabaría siendo suya.
Pensó en el destino.
Nunca había creído en esas zarandajas pero tras años de maquinar distintos planes para arruinar la vida de aquel maldito cabrón de Pascual había llegado a la conclusión de que no tenía ni agallas ni talento para diseñar una venganza efectiva que poder llevar a cabo.
Era un pusilánime, un mediocre. Aquella era una tarea imposible, inviable. Había perdido.
Y ahora, qué casualidad, era el destino, el azar, el que había provocado que aquel maldito hijo de puta se hubiera vuelto loco irrumpiendo en el piso de unos pobres inmigrantes para intentar asesinarlos y terminar abatido a tiros por la policía. Y nadie sabía por qué.
Qué cosas.
Ni siquiera él podía haber soñado con una venganza como aquella, fría y en bandeja de plata. Sí, una venganza; porque Pascual Ventura se revolvería en su tumba cuando él, Paco Cano, su supuesto amigo y compañero de Facultad, ocupara su lugar junto a Cuca, en su cama. Aquella hembra imponente sería suya y además, la haría feliz. Al fin le pagaría con su misma moneda. Se había hecho el tonto durante años mientras que Pascual se tiraba a su mujer y al final la había perdido igualmente. Ahora tendría a Cuca para resarcirse. El destino, incomprensiblemente, le había ayudado.
-Me pregunto....- dijo Cuca saliendo de su ensimismamiento.
-¿Sí?
-¿Qué puede hacer que alguien...
-Te refieres a qué puede hacer que un hombre que lo tiene todo, aparentemente normal, reaccione un mal día como lo hizo Pascual, ¿no?
-Sí.
-Lo he pensado. En estos dos horribles y largos días lo he pensado hasta volverme loco y la verdad, Cuca, no lo sé.
Volvieron a quedar en silencio y ella se apoyó en su regazo. Paco pensó que debía ser paciente, era cuestión de meses, quizá de semanas, pero Cuca caería en sus brazos.
-Hay otra cosa.....- repuso ella de nuevo.
Él la miró con atención y ella continuó diciendo:
-....¿sabes?. Esta mañana me han traído del juzgado las cosa de Pascual en una caja y no estaba el móvil. ¿Se lo habrá quedado algún policía?
-Ahora que lo dices.- contestó Cano haciendo memoria- El día en que Pascual.... ya sabes... me llamó muy preocupado. Lo había perdido.
-Para él era muy importante. Era fundamental para su trabajo, igual llamaba a Londres que a Nueva York que a Roma. ¿Dónde estará?
-Ni idea.- dijo Paco pensando que le importaba una mierda.
Entonces Cuca sacó su pequeño teléfono rosa del bolsillo.
-Creo que estaba un poco preocupado porque se había pasado regañándote por perder tres móviles en un mes.- aclaró él.
-Pobre.
-Estarás de acuerdo conmigo, Cuca, en que tres móviles extraviados son muchos para un mes.
-Sí, y la verdad, no me explico cómo estuve para perderlos. Voy a llamar a su teléfono, igual lo ha encontrado alguien y contesta.
-¿Estás segura?
Cuca ya lo había decidido, así que marcó el número con decisión y esperó.
De pronto, Bruno, aquel pequeño cabrón al que nadie en la casa soportaba, se levantó como un resorte y atravesó a toda velocidad el pasillo arañando el suelo de parquet con las uñas en su frenética carrera. Atravesó la cocina pasando bajo las piernas de la interna filipina y salió por la gatera a la inmensa terraza del ático.
Desde el fondo vio el resplandor que salía de su caseta. Entró en la misma y levantó su manta con un movimiento de su hocico. Entonces comprobó con alegría que allí, al fondo de su cesta, yacía su nuevo juguete que parecía estar vivo. Se sintió alegre y miró con cierto desprecio hacia los tres que había encontrado en distintos lugares de la inmensa casa pues hacía tiempo ya que habían dejado de funcionar, de sonar, de encenderse provocándole una indudable sensación de placer.
La dulce melodía que sonaba le agradaba, aquel nuevo juguete estaba vivo aún y podría disfrutarlo unos días hasta que se muriera como los demás. Entonces buscaría otro.
Miró como hipnotizado la pantalla que iluminaba el pequeño habitáculo y observó el dibujo que brillaba en el centro de la pantalla de cristal líquido, una campana que aparecía y desaparecía y un nombre que él no podía ni sabría nunca leer: CUCA.
Allí, bajo el frescor de la noche, embriagado por el olor a azahar y en la quietud de su caseta, Bruno quedó disfrutando de unos inolvidables momentos con el teléfono móvil de su dueño.
Pascual Ventura dejó a los niños en el colegio de los Padres Capuchinos de la Plaza Circular y se encaminó hacia la parada del tranvía que debía llevarle hasta el campus.
Era jueves y tenía tiempo por delante. Podía haraganear hasta su única clase, a la una, leer artículos, repasar sus notas o tomar café en la cantina de la Facultad de Psicología cotilleando con los compañeros. Era, sin duda, el mejor día de la semana, había amanecido despejado y la llegada de primavera era inminente. Se sintió bien. Optimista.
Además, a las diez tenía una cita.
En el hotel Campanile.
Miró el reloj y vio venir el tranvía. Las nueve y veinte. Llegaba de sobra. Bajaría en la mitad del trayecto a la Facultad y lo haría con cierta discreción. Como todos los jueves. Tras saludar al conserje subiría a la habitación de siempre donde lo esperaría Lola.
Lola.
Sólo de pensarlo experimentó una tremenda erección.
Aquella chica le excitaba, de veras, y cuando salía del hotel todos los jueves, a eso de las doce o doce y media, sólo deseaba una cosa: que la semana pasara rápido para volver a encontrarse con ella. No es que estuviera enamorado, a su edad esas cosas no ocurren, pero sentía una suerte de atracción inevitable, casi obsesiva, que le llevaba a desear retozar con aquella hembra más que nada en este mundo.
Quizá era porque ella tenía veinte añitos, por su melena de leona, sus turgentes pechos o su prieto trasero. Quizá porque era una alumna y aquello suponía un riesgo. Quizá porque el novio de la mina era un pardillo que estudiaba para aviador en la Academia General del Aire de san Javier. Quizá porque si Cuca se enteraba lo perdería todo.
Sí, sin duda el riesgo lo hacía más interesante. Jugárselo todo por un par de polvos. “¡Así era él, qué coño!”, pensó para sí subiendo al tren que, silencioso y moderno, olía a nuevo.
Por el camino meditó sobre el asunto.
El riesgo, sí.
El riesgo le excitaba.
Había crecido en una familia humilde: su padre era sepulturero y su madre limpiaba escaleras. En casa nunca hubo para dispendios, ni veraneos, ni excesos. Estudió con becas y trabajaba siempre en verano. Su matrimonio con una joven rubia, atractiva y de buena familia le había abierto muchas puertas en una ciudad como aquella. Su viejos estaban muy orgullosos de él.
¡Profesor en la Universidad!
Había publicado un artículo sobre parafilias en The American Psychologist y le llovían las ofertas de empresas privadas para que dejara la Facultad cubriéndole de dinero. Literalmente.
Sí, había llegado lejos. Muy lejos. Y nadie le había regalado nada. Pensó en Lola y se lamentó porque aquel tren no avanzara más rápido. No era que Cuca no le excitara. Ella se conservaba muy bien, siempre perfecta, era la envidia de todas sus amigas. Ahora que los niños eran más mayores tenía tiempo para cuidarse y había logrado borrar de su cuerpo los estragos de la maternidad. Aerobic, spinning, sesiones de masaje y peluquería la mantenían joven, delgada y atractiva , como si tuviera un pacto con el diablo. Además, se había operado las tetas. Dos millones de las antiguas pesetas. Su compañeros de pádel decían que su mujer “estaba cañón” y él se jactaba entre risotadas diciendo que era porque la tenía bien atendida.
No. No era eso.
Además, Lola no era la primera. Le excitaban las alumnas. Él hacía deporte, se cuidaba y a diferencia de la mayoría de sus amigos conservaba aún todo el pelo, blanco, como la nieve, pero abundante y algo descuidado. “Una semi melena casual” como decía su estilista. Un canoso interesante. Las volvía locas.
Pensó en la joven que le esperaba. En Junio le pondría sobresaliente como había hecho con las otras. Para evitar complicaciones.
*****
Eran aproximadamente las dos cuando Pascual Ventura llegó al comedor universitario donde le esperaba Paco Cano que levantó las cejas al verle llegar. Pasaron por el autoservicio para servirse: macarrones de primero y filete empanado de segundo, postre agua y café. Comieron hablando de los nuevos planes de estudio que, catastróficos, amenazaban ya en el horizonte.
-Por cierto, Pascual. Tienes que darme el teléfono del tipo aquel que te puso el parquet. Te hizo un trabajo cojonudo y según dice Cuca, barato.- dijo Paco que era lo más parecido a un amigo en la vida de Pascual Ventura.
Éste, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta beige de pana y dijo:
-Vaya. Me he debido dejar el móvil en el despacho. Cuando vuelva te doy un toque a tu despacho.
-No, no.- contestó el otro- Ahora mismo me bajo hacia Murcia, tengo cita con el dentista. ¿Tú te quedas?
-Sí, tengo trabajo, he de entregar un artículo sobre la Pigofilia.
-No te sigo, sabes que soy de Literatura.
-Atracción por el contacto con las nalgas.
-Joder, eso nos pasa a todos.- contestó Paco levantándose para marcharse.
-No, no, de manera enfermiza, una obsesión, ya sabes, en cines, las colas del supermercado....
-Ya, esos tipos de gabardina gris.
-Algo así.
-Acuérdate de lo del teléfono del tipo ése, mándame un mensaje al móvil.
-Descuida.
*****
Pascual Ventura comenzó a ponerse nervioso cuando comprobó que el teléfono móvil no estaba ni en la cartera ni en su mesa del despacho. Escarbó en los cajones, vació la papelera y se miró y remiró en los bolsillos. Puso del revés su costoso tres cuartos de piel y no halló nada.
¿Se lo habría dejado en el hotel?
No.
Lola lo llevaría en el bolso. Había salido apresuradamente del hotel a la vez que con la mano barría todo lo que había dejado sobre la mesita de entrada a la habitación para que cayera en su enorme bolso.
Sí, Pascual Ventura, lo recordaba.
Y él había dejado el móvil sobre la mesita. Sí, estaba seguro. ¿O no?
Tenía que llamarla.
Un momento: ¿y si ella se encontraba con su novio y el teléfono sonaba?
La descubriría. Sí. Pensó en el escándalo.
Alto, alto. Aquel imbécil estaba jugando a soldaditos en la Academia. No saldría hasta el fin de semana. Ella vivía en un piso en Murcia. No tenían por qué verse.
-Tranquilo, Pascual, tranquilo.- se dijo para calmarse.
Buscó en su agenda y encontró al instante el número de teléfono de la chica. Lo marcó algo apresuradamente y debió equivocarse pues contestó una voz de mujer que decía con voz monótona y monocorde:
-Seguros La Inconclusa.
Colgó al instante.
Volvió a marcar y esperó.
Uno, dos, tres tonos.
-Mierda.- dijo.
Una grabación decía que aquel aparato “estaba apagado o fuera de cobertura”.
¿Y si se había dejado el teléfono en el hotel?
Sopesó la posibilidad.
Sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Llamarían a casa, sí.
Podía imaginarlo:
-Perdonen, ¿don Pascual Ventura?
-No está en este momento. Soy su mujer, diga, diga...
-Le llamo del hotel Campanile. Esta mañana su marido se ha dejado el móvil en la habitación.-
-¿Qué habitación? ¿Ha dicho” esta mañana”?
Todo a la mierda.
-¿Qué hacías tú en el hotel Campanile a esas horas?.- le diría Cuca nada más verle.
Estaba perdido. Su hermano era abogado y de los buenos.
Su suegro era el Decano de la Facultad de Psicología.
No le resultó difícil imaginar el futuro: estaba en la calle, sin trabajo, sin casa, tenía dos hipotecas y un nivel de vida que mantener. Adiós influencias, las cenas con gente bien, su posible entrada en política..... todo volaría de un plumazo.
Tenía tres hijos, un ático inmenso en la Plaza Circular, un Mercedes y un perro, Bruno. Quizá el único que le quería de verdad. Descolgó el teléfono y marco el número que sabía de memoria.
-¿Hotel Campanile?.- dijo.
-Sí, recepción.- contesto una voz de hombre desde el otro lado de la línea telefónica.
-Soy Pascual Ventura, un cliente que....
-¡Hombre Don Pascual!. Diga, diga.-
Aquel capullo le conocía.
Joder.
Tomó nota en que debía cambiar de hotel.
-Mire- se escuchó decir a sí mismo- esta mañana creo que he olvidado mi móvil en la habitación.
-La tres seis cuatro.- repuso el recepcionista.
Definitivamente tenía que cambiar de hotel.
-Sí, ésa.- dijo.
-Ya. Pues espere un momento, si es tan amable, que hablo con la camarera que hace las habitaciones.
La línea telefónica dio paso a una melodía enlatada: La Primavera de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Pasó un buen rato en el que Pascual Ventura se empleó a fondo para repasar sus zapatos de ante con un pañuelo de papel. Cuando el recepcionista volvió al habla habían quedado bastante bien.
-¿Don Pascual?
-Sí, dígame.
-Mire, la chica ya ha terminado su turno y se ha marchado pero cuando encuentran algo lo traen de inmediato a recepción; así que es de suponer que no ha encontrado nada.
-Ya. ¿Seguro?
-Seguro. Es el procedimiento habitual.
-Pues nada, muy agradecido...
-Blas, me llamo Blas.
-Pues muchas gracias, Blas.
-Hasta el jueves que viene señor Ventura.
-Que te crees tú eso.- dijo Pascual nada más colgar.
Estaba claro, Lola se había llevado el móvil sin darse cuenta.
Bajó a secretaría y pidió el horario del grupo de tercero en que se hallaba inscrita la chica. Había que ganar tiempo y a las seis acababan las clases. Eran las cinco menos cinco. La abordaría entre dos sesiones lectivas y le pediría el aparato. Llegó al aula dos seis nueve y aguardó apoyado en la pared. Escuchaba de fondo la voz de Lavinia Lafuente, una compañera algo histérica a la que se había cepillado un par de veces años ha. Ahora se decía que era lesbiana. La puerta se abrió y los alumnos comenzaron a salir en tropel. Todos parecían tener prisa por ir a tal o cuál aula o porque no se les escapara el autobús.
Pascual Ventura miró enrededor y no la vio. ¡No estaba!
Entonces identificó a una amiga de Lola, una joven de aspecto neo hippie que lo miró sonriendo con malicia a la vez que decía:
-Busca a Lola, ¿no?
Le pareció evidente que estaba al tanto de su “asuntillo”.
Primero el tipo del hotel y ahora la amiga de Lola, aquello era “vox populi”. Comenzó a sopesar la posibilidad de que podía estar jugando con fuego.
-Sí.- dijo él.-¿No ha venido a clase?
-No, esta tarde se iba a San Javier, a ver a su novio.
Maldición.
Musitó una disculpa y se fue corriendo al despacho.
San Javier. El novio.
Joder.
Un momento. No había caído en la cuenta. Era idiota. ¿Por qué no llamaba a su propio móvil? La persona que lo tenía lo cogería y podría recuperarlo.
No.
¿Y si lo tenía ella? ¿Y si le sonaba en el bolso y estaba con ése petimetre de novio suyo?
Volvió a marcar el número de la chica.
“Apagado o fuera de cobertura...”
-¡Puta! - gritó a la grabación fuera de sí.
Un momento. Un momento. Tenía que tranquilizarse. No pasaba nada.
Llamó a Paco.
-¿Sí?.- contestó éste.
-Paco, ¿te pillo bien?
-Ah, sí, el número del tipo ése. Espera que tomo nota. Es que estoy conduciendo.
-No, no. No he encontrado el móvil. ¿Te has fijado en si lo llevaba a mediodía, cuando he llegado al comedor?
Silencio.
-¿Paco?
-Sí, sí, coño. Estaba pensando.
-¿Y?
-No.
-¿Que no lo llevaba o que no te has fijado?
-Las dos cosas.
-Joder, no eres de mucha ayuda.
-Yo creo que no lo llevabas. No he visto que se te cayera nada y te has dado cuenta de que no lo tenías al acabar la comida.
-Sí, claro.
-¿Pascual?
-Sí, dime.
-Te veo nervioso.
-Es que no lo encuentro...
-¿Y qué mas da? Te compras otro y punto. Ahora la compañía telefónica te guarda la agenda con tus contactos, ya no es un drama perder un móvil. ¿ Qué problema hay? Además, así podrás cambiar de aparato y comprarte uno nuevo, ya sabes, con GPS y todas esas paridas que tanto gustan a la gente. No es para tanto.
-Sí, lo es.
-¿Por qué?
Cuidado.
Pascual Ventura reparó en que podía estar metiendo la pata al mostrarse tan preocupado por un simple teléfono móvil.
Rápido, una excusa. Pensó. Necesitaba una excusa. Sí, ya está:
-Mira Paco es que en el último mes Cuca ha perdido tres teléfonos y no te imaginas la bronca que le di.
-Sí, sí.- contestó Paco riendo- El otro día me la encontré en Santo Domingo y me lo dijo. Qué cabeza tiene.
-Convendrás que no es normal.
-¿Perder tres teléfonos en un mes? Pues no, la verdad es que no es normal.
-Y claro, después de habérselo afeado tanto, como pierda el mío.....
-Las mujeres, Pascual, las mujeres. Toma ejemplo de mí. Yo ya no tengo problema.
-Sí, es cierto.
-Oye, te dejo, que entro en un túnel....
Se escucharon unos ruidos de fondo, como si estuvieran estrujando el aparato con una mezcla de nieve y piedras y la llamada se cortó.
-Puto imbécil.- dijo Pascual Ventura- “Toma ejemplo de mí, toma ejemplo de mí...”. ¡Gilipollas!
Paco era un pusilánime. Pascual se había estado beneficiando a su ex mujer durante años y ni lo había sospechado. No era gran cosa pero follaba como una leona. Una fuera de serie en la cama. Demasiada hembra para un pobre panoli como él. Ahora estaba liada con un tipo diez años menor que ella tras pasar por una época algo azarosa de salidas nocturnas y experiencias con barbitúricos. No se había tomado demasiado bien que Pascual la dejara y es que, tras el divorcio, había dejado de interesarle. Así, de buenas a primeras.
Pensó que estaba rodeado de idiotas.
Entonces bajó al comedor. Cerrado. Pidió las llaves al conserje y tras encender las luces lo inspeccionó a fondo. Habló con todos los bedeles. “No, nadie había llevado un móvil extraviado a conserjería”. Mierda.
Volvió al despacho. Las seis. Comenzaba a oscurecer. Apenas faltaba un par de horas para que Cuca cerrara su tienda de antigüedades y volviera a casa.
Marcó el número de Lola.
Había línea. Al fin.
-¿Sí?.- contestó ella con un voz algo extraña.
-¿Estás con él?.- dijo Pascual Ventura bajando mucho la voz.
Silencio.
Se oía un ruido de fondo, raro, algo sordo. ¿Jadeos?
-No es buen momento para hablar.
-Lola. Mi móvil. Está en tu bolso.
-¿Cómo?
-Sí, mi móvil. Te lo has llevado sin darte cuenta. Si suena te va a descubrir.
Un nuevo silencio.
Pascual Ventura escuchó una voz al fondo, de hombre, joven, que decía algo así como “¿A dónde vas zorrita?”.
Ruidos. Pasos.
-No Laura, no te has dejado tu PDA en mi bolso.- dijo la chica disimulando.
-¡Alabado sea Dios!
-Y hora, Adiós. Estoy ocupada.
-Estás haciéndolo con él, ¿verdad?
-No es el momento. Adiós.
-¿Te parece bien?
Lola había colgado.
-Zorra.- dijo Pascual Ventura.
Un momento. Debía estar contento. Ella no tenía el móvil. Era una buena noticia.
¿Se le habría caído en el tren? Imposible, siempre lo llevaba en un compartimento interior del abrigo especialmente diseñado para contener un teléfono móvil, que cerraba con una tirilla de velcro. Era imposible que se le hubiera caído pero... no recordaba haberlo sacado al llegar a la habitación del hotel.
En el comedor no estaba. En el despacho, tampoco.
Se lo había dejado en el hotel. Sí.
Era la única posibilidad.
Tomó las llaves del coche y salió del despacho a la carrera.
No tardó ni cinco minutos en llegar. Había otro recepcionista: un joven imberbe con pelo teñido de azul oscuro, un moderno.
-Buenas.
-Buenas Don Pascual.- dijo el joven.
Él maldijo para sus adentros. ¡Aquél idiota también le conocía!
Volvió a explicarle todo el asunto.
-¿Podría darme el teléfono de su compañera? La que hizo la habitación.
El joven ladeó la cabeza.
-Eso es privado.
Pascual Ventura comenzaba a desesperarse. Sacó un billete de cincuenta y lo enseñó con disimulo.
-Un momento.- contestó aquel chantajista pos adolescente para añadir- seis seis ocho nueve cinco dos tres siete cuatro.
Pascual marcó el número:
-”... apagado o fuera de cobertura...”
-¡Joder!.- gritó haciendo que dos clientes que charlaban al fondo se giraran para mirarle como reprobando su mala educación.
-Señor, cálmese.- dijo el recepcionista.
-Su dirección.
-No puedo.
Sacó cien euros. La cosa iba a salirle cara pero el tiempo corría y quería zanjar aquel asunto. El joven leyó una ficha que apareció en la pantalla del ordenador:
-Doris Daisy Rodríguez, calle Morera ocho, primero izquierda.
-¿Es sudamericana?
-Sí, de Ecuador. Muy buena chica y muy seria. El novio trabajó aquí y lo echaron por no se qué asunto, un mal tipo, pero ella es muy responsable y nunca ha dado problemas.
-¿Cómo se llamaba el novio?
-Robinson Fernández.
Pascual Ventura salió de allí a toda prisa, entró en su Mercedes y se sentó mirando fijamente al volante para reflexionar.
Estaba seguro. Lo tenía ella. “Un mal tipo”, había dicho el recepcionista.
Quizá no había perdido el móvil y se lo habían robado. Sí, eso era. Por eso no recordaba haberlo sacado del abrigo, porque no lo había hecho. Lo había dejado en la silla que había frente a la mesita de la entrada. Ella era camarera. Podía entrar y salir de la habitación cuando quisiera. Quizá lo había hecho mientras que él y Lola hacían el amor. Ni se habrían enterado. Ventura había comprobado que, desgraciadamente, todo el mundo le conocía en el hotel, quizá aquella joven quería hacerle chantaje o quizá se trataba de un simple robo, algo casual. No debía perder los nervios.
Entonces bajó del coche de pronto y guiado por un impulso se encaminó hacia un teléfono público situado en la acera de enfrente. No tardó en llegar y marcó un número.
-Comisaría.
-Póngame con Juan Huete. Dígale que soy Pascual Ventura.
-Un momento.
Tras unos segundos de espera se escuchó al otro lado una voz muy gastada que decía.
-”Ventu”, ¿cómo estás?
-Bien, bien, ¿y vosotros?
-Muy bien. Cuca y los críos bien, ¿no?
-Sí, claro. Oye comisario, necesito un favor.
-Dime “Ventu”.
-¿Puedes mirarme si un tipo tiene antecedentes?
-Sí, claro.
-Robinson Fernández, se llama.
-Sudamericano.
-Ecuatoriano.
-¿No tienes más datos? No sé, el numero del permiso de residencia...
-No.
-Bueno, pues lo intentaré. En cinco minutos te llamo.
-No, no. He perdido el móvil y estoy en una cabina. Te llamo yo.
-Como quieras.
Colgó.
Entonces marcó el número de Doris Daysi, la camarera.
-¿Diga?.- respondió una voz de hombre.
-Quiero hablar con Doris.
-¿De parte de quién?
-Un cliente.
-¿Cómo dice?
-Un cliente, un cliente del hotel.
-No está.- cortante.
-Ya.
Silencio
-¿Oiga?.- dijo Pascual Ventura.
-Sí, al habla.
-¿Cuando volverá?
-No lo sé.
El hombre no parecía muy comunicativo, seguro que era Robinson Fernández.
-Me he olvidado algo en la habitación del hotel y....
-Quiere recuperarlo.
-Exacto.
-No está.
Aquel tipo comenzaba a exasperarle.
-Llame luego.- dijo Robinson antes de colgar.
Pascual Ventura suspiró mirando al suelo. Comenzaba a perder la paciencia. Marcó el número de comisaría y al momento le pasaron con Juan Huete, el comisario.
-Ya lo tengo, “Ventu”. Robinson Fernández Guaillas, ecuatoriano, tiene antecedentes por pequeños hurtos y extorsión. Un vulgar chantajista. Oye..... “Ventu”....¿estás ahí?.
La palabra “extorsión” quedó flotando en el aire, como si en su cerebro hubiera aparecido un espacio vacío que provocaba un eco molesto, desagradable, que hacía aquel maldito sonido resonara una y otra vez sin decidirse a desaparecer.
-Sí, sí.- Pascual sentía que se le helaba la sangre.
-¿Qué coño tienes tú que ver con un fulano como éste?
Ventura hizo una pausa:
-Es que busco criada y quiero saber que el novio es de confianza.
-Haces bien, “Ventu”. Ya sabes que éste, al menos, no.
-Gracias Juan, a ver cuándo cenamos juntos.
-Cuando quieras, campeón, adiós.
Pascual Ventura quedó con las manos en jarras mirando al infinito. “Antecedentes por extorsión”. Había caído en manos de unos chantajistas. Ni en la peor de sus pesadillas.
Iba de cabeza a la debacle. El divorcio, su suegro le haría perder el trabajo, su cuñado le desplumaría, lo perdería todo... no, no, un momento. Iba demasiado lejos.
Volvió a marcar el teléfono de Doris.
-Al habla.
-¿Robinson?
-¿Cómo sabe usted mi nombre?
-Eso no importa. Sé lo que pretenden.
-No sé de que me hablas, güey.
-¿Es cuestión de dinero?
El otro quedó en silencio.
-¿Es que tienes dinero, amigo?- dijo Robinson cambiando el tono de voz. De pronto parecía haberse interesado por aquella conversación.
-De sobras sabes que sí.
Hubo una pausa.
-Hombre.- dijo el novio de la camarera- El dinero siempre viene bien....
-¿Cuánto?
-¿Cuanto tienes?
-¿Mil euros?
Desde el otro lado de la línea se escuchó un silbido de admiración.
-Mejor dos mil.- apunto Robinson.
Pascual Ventura reparó en que tendría que ir a varios cajeros automáticos para reunir una suma así a aquellas horas. Ya pensaría cómo explicárselo a Cuca. Era muy bueno mintiendo.
-Sé cuando he perdido una partida.- dijo- Necesito algo de tiempo para tener el dinero reunido. En una hora estoy allí.
-Pero...¿cómo sabe dónde vivo...? - comenzó a decir el novio de Doris justo cuando Ventura colgaba.
*****
Cuando Robinson Fernández abrió la puerta de su modesto piso de alquiler en la calle Morera, se encontró con un tipo de buen aspecto, vestido impecablemente y que le tendía un fajo de billetes.
-Ahí está todo.-dijo Ventura a modo de presentación entrando sin que le se le invitara.
Mientras que el sorprendido inquilino contaba el dinero Pascual Ventura tomó asiento en el viejo sofá de skay diciendo:
-Y ahora, lo mío.
-¿Quién es, cariño?.- dijo Doris Daysi saliendo de la cocina con un plato con tortas de maíz en la mano.
-No lo sé.- dijo Robinson que miró al desconocido añadiendo:
-¡Aquí hay dos mil euros!
-Lo acordado.- dijo Pascual Ventura.
-Me prometiste que no te meterías en más líos.- dijo ella, una joven guapa, morena y de inmensos ojos almendrados.
-Y no lo he hecho.- protestó Robinsón- este tipo llamó ofreciendo dinero a cambio de no se qué.
-No os hagáis los tontos conmigo. ¡El móvil!
La joven miró al desconocido y quedó pensativa pos unos segundos. Entonces ató cabos y a la vez que señalaba a Pascual con el índice, dijo:
-Ya lo sé, usted es cliente del hotel...
-No te hagas la tonta conmigo, zorra.
-Oiga, un respeto a mi esposa.- dijo Robinson que era algo más bajito y menos corpulento que Ventura.
-Dadme el móvil y asunto cerrado. Tengo prisa.
-¿Qué móvil?.- repuso ella.
Pascual Ventura los miró con los ojos entornados. Primero a ella, luego a él.
-Ahora entiendo, queréis más.
-Mire.- dijo Robinson, conciliador- Tome su dinero y márchese, por favor.
- ¿Queréis más? Eres un puto chantajista.
-No, no, eso fue un error, un malentendido, ahora trabajo como mecánico, vamos a tener un hijo....
Entonces Pascual Ventura se arrojó sobre Doris Daisy y comenzó a zarandearla:
-¡Sólo quiero mi móvil, puta, mi móvil! ¿Os envía mi mujer? ¿Me ha puesto un detective?-
Robinson intentó apartar a aquel energúmeno pero estaba fuera de sí y era más grande que él, de manera que de un manotazo lo envió al otro extremo del pequeño salón donde se golpeó contra un añoso armario de formica. El menudo joven se levantó como pudo, sangrando profusamente de una ceja y se perdió por el pasillo tambaleándose.
-¡Quiero el móvil, puta!- gritó Ventura abofeteando a la joven que cayó sobre el sofá. Entonces se escuchó un click muy característico y Pascual Ventura se giró para encontrarse con que Robinson acababa de amartillar un arma.
-Fuera de aquí.- dijo el joven ecuatoriano apuntándole con cara de pocos amigos. Parecía actuar empujado por una gran determinación, la fuerza que siente uno cuando defiende su casa o a sus seres queridos.
A Doris Daisy le sangraba el labio.
Pascual Ventura levantó ligeramente las manos, parecía entrar en razón:
-Sólo quiero mi móvil.- dijo bajando el tono de voz a la vez que adoptaba ademanes más razonables- He pagado.
En aquel momento Doris Daisy buscó la mirada de Robinson y le dijo:
-¿De qué habla?
El ecuatoriano miró a su esposa y dijo:
-No lo sé.
Ya era tarde, Pascual Ventura se había lanzado sobre él como una fiera haciéndole caer de espaldas al suelo a la vez que se disparaba el arma. La lámpara voló hecha añicos y Doris Daisy salió corriendo hacia la escalera a la que vez que gritaba:
-¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Policía!
Pascual Ventura, totalmente fuera de sí y sentado a horcajadas sobre su víctima, golpeaba furibundo a Robinson en la cara una y otra vez mientras que gritaba:
-¡Mi-mó-vil! ¡Da-me-mi-móvil!
El pobre inmigrante debió quedar sin sentido, por lo que Ventura cesó de golpear. No se movía. Entonces se dio cuenta de que la chica se había escapado. Tomó la pistola del suelo y apuntó a la cabeza de Robinson que tenía un ojo tumefacto y sangraba de varias heridas en la cara. Parecía haber recobrado el conocimiento porque le miraba asustado con el ojo sano.
-Tú, media mierda- dijo Pascual apuntándole a la cabeza- Dame el móvil o te vuelo los sesos aquí mismo.
-Espere, espere. Le diré la verdad, pero... prométame que no me va a hacer daño. Sólo quiero colaborar.
-De acuerdo.
Robinson temblaba de miedo. Miró a uno y otro lado y se lo pensó antes de hablar:
-No me pegue más se lo ruego, pero la única y purita verdad es que no sé de que me está hablando. ¡Espere, espere!... usted llamó y me dijo que “si lo tenía”, yo no sabía bien de qué hablaba pero enseguida dijo que era un cliente del hotel, preguntó por Doris Daisy y dijo tener mucho dinero....
-¿Y? Quiero mi móvil.
-....yo pensé - dijo Robinson entre sollozos- que usted.... a veces algunos clientes se encaprichan con ella y necesitamos dinero... Ella tuvo dos hijitos de joven y están en Ecuador con su abuela, mi madre está enferma y nos viene muy bien la plata ... pensé que usted quería... sólo lo ha hecho dos o tres veces pero el dinero nos vino fantástico .....luego no hablamos del tema y es como si no hubiera ocurrido. Yo... pensé que usted...
-Pero, ¿de qué mierda me estás hablando, enano hijo puta?- dijo Ventura apuntándole con el arma- En pie. ¡En pie, hostias!
Robinson se levantó como pudo, apoyándose en el sofá a duras penas mientras que Pascual Ventura le apuntaba en la sien.
-¡El móvil!
-No lo tengo.
-Tres, dos.... uno ....
-¡No lo tengo...!.- gritó Robinson cayendo de rodillas entre sollozos.
En aquel momento Pascual Ventura lo comprendió todo. Vio caer el líquido por la pernera del pantalón de su víctima y percibió un intenso olor a mierda. Aquel hombre se había cagado encima porque pensaba que iba a morir y, sin embargo, no había cantado.
Era evidente que no tenía el móvil. Se dio cuenta de lo que había ocurrido, todo era un malentendido. En unas décimas de segundo recordó su conversación telefónica con el ecuatoriano; era cierto, el otro no sabía de qué le hablaba. Había cometido un gran error.
Fue entonces cuando creyó oír unos gritos porque la adrenalina hacía que su corazón latiera tan fuerte que apenas dejaba escuchar una suerte de murmullo subacuático.-
-¡Poooolicía!
Pascual Ventura se dio la vuelta comprendiendo que la había cagado. Frente a él había un tipo de rodillas a punto de ser ejecutado, él tenía un arma en la mano y se giraba con rapidez. Ya era tarde. Antes de ver a los dos agentes de policía apuntándole con sus armas comprobó que no era cierto aquello que dice la gente. No. Antes de morir no ves una película a cámara lenta con la historia de tu vida. En absoluto.
Pascual Ventura tuvo una imagen del único ser viviente que de verdad le quería por ser como era, sin artificios y sin esperar nada a cambio.
Vio a su perro, Bruno, moviendo la cola de alegría como cuando le recibía todos los días al llegar de la Facultad. Era un perro indómito, que mordía a todo el mundo y que adoraba a su dueño, la única persona de la que aceptaba órdenes. Fue una imagen mental instantánea, un recuerdo de aquello que le era más querido antes de despedirse de este mundo porque, al instante, su cabeza voló hecha añicos dejándolo todo perdido de una mezcla de pelos, fragmentos de cráneo, sangre y coágulos.
*****
Paco Cano miraba la enorme chimenea del ático de Pascual Ventura abrazado a Cuca. Ambos miraban el fuego, absortos en el hipnótico baile de la llamas mientras que Bruno, el setter color canela, dormitaba plácidamente junto al hogar.
-Duermen como troncos.- dijo ella.
-Sí, les he contado un cuento.- repuso él.
-Eres como un tío para ellos, te adoran.
-Sabes que yo también los quiero mucho.- respondió Paco Cano.
-Eres un sol, Paco.
Entonces, tras dejar que se hiciera un silencio, él apuntó:
-Cuca, esta mañana hemos enterrado al mejor amigo que he tenido, un gran padre, un excelente profesor y un maravilloso marido. Creo que debemos ayudarnos mutuamente para llenar el hueco que Pascual deja en nosotros.
-Sí, claro.- dijo ella meditabunda. Los ojos aún enrojecidos de tanto llorar.
-Aunque él, siempre seguirá vivo en nosotros y en los niños.- sentenció él con aire muy afectado.
Entonces Cuca se apretó contra su pecho y Paco Cano notó sus tersos y enormes senos. Se sintió excitado. Con un poco de paciencia acabaría siendo suya.
Pensó en el destino.
Nunca había creído en esas zarandajas pero tras años de maquinar distintos planes para arruinar la vida de aquel maldito cabrón de Pascual había llegado a la conclusión de que no tenía ni agallas ni talento para diseñar una venganza efectiva que poder llevar a cabo.
Era un pusilánime, un mediocre. Aquella era una tarea imposible, inviable. Había perdido.
Y ahora, qué casualidad, era el destino, el azar, el que había provocado que aquel maldito hijo de puta se hubiera vuelto loco irrumpiendo en el piso de unos pobres inmigrantes para intentar asesinarlos y terminar abatido a tiros por la policía. Y nadie sabía por qué.
Qué cosas.
Ni siquiera él podía haber soñado con una venganza como aquella, fría y en bandeja de plata. Sí, una venganza; porque Pascual Ventura se revolvería en su tumba cuando él, Paco Cano, su supuesto amigo y compañero de Facultad, ocupara su lugar junto a Cuca, en su cama. Aquella hembra imponente sería suya y además, la haría feliz. Al fin le pagaría con su misma moneda. Se había hecho el tonto durante años mientras que Pascual se tiraba a su mujer y al final la había perdido igualmente. Ahora tendría a Cuca para resarcirse. El destino, incomprensiblemente, le había ayudado.
-Me pregunto....- dijo Cuca saliendo de su ensimismamiento.
-¿Sí?
-¿Qué puede hacer que alguien...
-Te refieres a qué puede hacer que un hombre que lo tiene todo, aparentemente normal, reaccione un mal día como lo hizo Pascual, ¿no?
-Sí.
-Lo he pensado. En estos dos horribles y largos días lo he pensado hasta volverme loco y la verdad, Cuca, no lo sé.
Volvieron a quedar en silencio y ella se apoyó en su regazo. Paco pensó que debía ser paciente, era cuestión de meses, quizá de semanas, pero Cuca caería en sus brazos.
-Hay otra cosa.....- repuso ella de nuevo.
Él la miró con atención y ella continuó diciendo:
-....¿sabes?. Esta mañana me han traído del juzgado las cosa de Pascual en una caja y no estaba el móvil. ¿Se lo habrá quedado algún policía?
-Ahora que lo dices.- contestó Cano haciendo memoria- El día en que Pascual.... ya sabes... me llamó muy preocupado. Lo había perdido.
-Para él era muy importante. Era fundamental para su trabajo, igual llamaba a Londres que a Nueva York que a Roma. ¿Dónde estará?
-Ni idea.- dijo Paco pensando que le importaba una mierda.
Entonces Cuca sacó su pequeño teléfono rosa del bolsillo.
-Creo que estaba un poco preocupado porque se había pasado regañándote por perder tres móviles en un mes.- aclaró él.
-Pobre.
-Estarás de acuerdo conmigo, Cuca, en que tres móviles extraviados son muchos para un mes.
-Sí, y la verdad, no me explico cómo estuve para perderlos. Voy a llamar a su teléfono, igual lo ha encontrado alguien y contesta.
-¿Estás segura?
Cuca ya lo había decidido, así que marcó el número con decisión y esperó.
De pronto, Bruno, aquel pequeño cabrón al que nadie en la casa soportaba, se levantó como un resorte y atravesó a toda velocidad el pasillo arañando el suelo de parquet con las uñas en su frenética carrera. Atravesó la cocina pasando bajo las piernas de la interna filipina y salió por la gatera a la inmensa terraza del ático.
Desde el fondo vio el resplandor que salía de su caseta. Entró en la misma y levantó su manta con un movimiento de su hocico. Entonces comprobó con alegría que allí, al fondo de su cesta, yacía su nuevo juguete que parecía estar vivo. Se sintió alegre y miró con cierto desprecio hacia los tres que había encontrado en distintos lugares de la inmensa casa pues hacía tiempo ya que habían dejado de funcionar, de sonar, de encenderse provocándole una indudable sensación de placer.
La dulce melodía que sonaba le agradaba, aquel nuevo juguete estaba vivo aún y podría disfrutarlo unos días hasta que se muriera como los demás. Entonces buscaría otro.
Miró como hipnotizado la pantalla que iluminaba el pequeño habitáculo y observó el dibujo que brillaba en el centro de la pantalla de cristal líquido, una campana que aparecía y desaparecía y un nombre que él no podía ni sabría nunca leer: CUCA.
Allí, bajo el frescor de la noche, embriagado por el olor a azahar y en la quietud de su caseta, Bruno quedó disfrutando de unos inolvidables momentos con el teléfono móvil de su dueño.
Comentarios
Aceptas amo como animal de compañía.
Mi marido ladra más(en Murcia algunos hablamos a gritos) que tu así que domino el idioma, je,je
No obstante, al cabo de un rato, la narración acaba por atraparte y se lee bien.
Es divertida, bien escrita, y hasta no le falta su moraleja: que hoy en día, todo el mundo quiere un telefono móvil.
Sigo esperando a Victor Ros.