EL RELOJERO DE MAUTHAUSEN
Acaban de cumplirse 69 años de la
liberación del campo de Mauthausen. O como lo llamaban los alemanes, “el campo
de los españoles”, y no he podido evitar el recuerdo de un suceso que ya relaté
en mi novela “El valle de las sombras”. El abuelo de un amigo mío penaba en
aquel campo, muy enfermo ya. Sus compañeros sabían que apenas aguantaría unos
días. Le ayudaban a bajar aquellas horribles escaleras de la cantera que tantas
vidas cercenaron y procuraban que los guardianes no repararan en su estado. Por
aquellos días visitó el campo Himmler, un desgraciado. Fue a mirar la hora en
su reloj de bolsillo y no funcionaba. Alguien señaló a un preso y dijo: “Ése es
relojero”. Himmler se dirigió al preso y le dijo que si arreglaba el reloj le
daría una ración extra de comida pero que si fallaba le pegaría un tiro allí
mismo. El otro, con un par, aceptó. Se jugó la vida y arregló el maldito reloj
de aquel monstruo. Lo logró y ganó una ración de comida. Un tesoro. ¿Y saben lo
que hizo con ella? Se la dio al abuelo de mi amigo. Un hombre que estaba
sentenciado. Apenas unos días después el enfermo moría. Algunos testigos dicen
que al meterlo en el horno aún se movía. El relojero de Mauthausen hizo algo
extraordinario, tuvo más pelotas que todo aquellos nazis. Los dos amigos eran
de Hellín y fueron unos valientes. Esto no se puede olvidar. Nunca. Y luego hay
gente que niega el Holocausto.
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